No quise volver a casa inmediatamente. Necesitaba más tiempo para… si, tiempo, palabra esquiva y complicada desde que rompimos el encadenamiento. Antes era tan sencillo y fácil, atrás el pasado, adelante el futuro. Ahora “volver a casa” nunca era fácil, porque el sólo concepto de “casa” ya no existía, o bien existía demasiado, en todas partes, en todo momento.
Al terminar el trabajo de “raconto reparador” (un poco ridículo, quién piensa estos nombres!) nos despedimos brevemente, sabiendo que en algún tiempo y espacio nos volveremos a ver. En un corto tiempo más - pensé - luego me dio ese vértigo y lo resolví con una buena carcajada catártica, catartijada, ja ja jada. Claro, nos volveremos a ver en ese tiempo paralelo que vamos hilando juntos con sabor de proyecto, saltando por encima del tiempo lineal, juntándonos donde y cuándo nos parezca mejor. Revisar el nuevo plan, asignar tareas, ejecutar todo y volver cada uno a nuestro momento, a nuestro ”hogar” que cada vez se hace más disperso.
Siempre cuando terminamos una tarea, me viene el recuerdo imborrable del primer atisbo, la primera sospecha, visitando mentalmente a mis padres y abuelos, cuando al salir del domo encuentro a Quásar apoyado en el umbral de una pequeña sala iluminada con suaves fulgores verde-azules. ¿Que haces acá? Le pregunto sorprendido. ¿No estabas muerto? Si yo mismo arrojé parte de tus cenizas al viento allá en el Mirador del monte sacro. Quasar soltó una carcajada que no le conocía, y con la punta del pie empujó un poco la puerta semicerrada, para mostrarme una mesa con varias personas riendo, conversando o dibujando extrañas figuras, algunos tomando café o fumando. Una escena demasiado ordinaria para el Hades - pensé. Entre los comensales distinguí a Salvatore, a Laura, quienes habían “partido” unos años antes.
“Acá estamos —siguió Quasar, todavía con su acento Menduco - arreglando algunas cosas, construyendo otras nuevas…. O creés que se muere el cuerpo y todo acaba así nomás? Para nada querido, no es así. Uno sigue, si es que quiere, si es que quiere… y bueno, no todos nos vamos a quedar de este otro lado así sentados contemplando… algunos seguimos con la compulsión de “salvar el mundo” (otra carcajada, más sonora que la anterior)”.
Me quedó mirando un rato con sonrisa torcida, yo lo miré de vuelta con cara de no entender nada, y luego con un guiño cerró la puerta.
Ahora, más de 2 décadas después (al menos eso indica mi calendario hogareño) ya nada me sorprende. El trabajo sigue y no estamos solos ni encadenados a esa existencia espacio-temporal. Vamos saltando tantos umbrales que ya casi ni los vemos.
Esa noche me fui un poco antes, Kurt me llevó al punto trans, al TSLP. Estábamos los dos cansados. Nos despedimos sin palabras. El trabajo estuvo bien, ahora tendremos que esperar los resultados, en 40 años o en 4 minutos, lo que vendría siendo lo mismo. Había llovido todo el día en Frankfurt y ahora despuntaba la luna llena. Buen augurio - pensé - hasta la próxima.